La confusión a la que siempre vuelvo.

Hace una semana he vuelto a terapia. Me siento y pienso muy parecido a lo último que escribí en este blog a principios de este año: estoy confundida. 

Confundida entre la tranquilidad superficial de la que me podría jactar y la constante necesidad de crear conversaciones y escenarios ficticios en mi mente para torturarme a mí misma. Creo que desde que era más pequeña solía tener la misma sensación de que puedo verme tranquila en el exterior, pero hay un caos demencial dentro de mí. 

No vivo atormentada como antes, pero mantengo patrones de conducta que a veces me cuesta identificar y, por ende, frenar a tiempo. Generalmente me doy cuenta cuando llevo rumiando pensamientos durante al menos un par de horas y hasta días completos. Cuando dejo de comer o me alimento de puros snacks al quedarme sola durante una tarde. Cuando me sorprendo llorando por cualquier cosa en lugares públicos como el metro o en la calle, o no tan públicos como el baño del colegio donde trabajo. Cuando me agobio y grito al aire, mascullo palabrotas hacia mí misma o me doy de palmadas en la cara para dejar de pensar un rato y descansar del tormento autoimpuesto. Solo entonces me percato de que algo tengo que hacer. Algo más. 

Porque me molesta ser así. Todavía no logro sentir que eso está bien y que así funciono. Porque todo esto va cargado con una culpa que no sé si me corresponde en realidad. Eso me incomoda muchísimo. 

A ver si consigo deshacerme de esto alguna vez. O por lo menos sentir que no es tan terrible y que no odio esta parte de mí misma, porque puedo controlarla o callarla cuando me molesta y me impide hacer otras cosas. Porque ese es, creo, el principal problema: no solo me causa incomodidad, también me tiene congelada en muchos aspectos de la vida desde hace años. 

Años sin escribir constantemente como solía hacerlo. Sin dibujar, sin pintar nada. Espacios que antes me gustaba conservar. 

¿Es posible cambiar tanto y dejar de lado aquellas cosas que más disfrutabas cuando más joven? ¿Es normal al llegar a los treinta y tantos y echar de menos sentir placer por ese tipo de actividades? ¿O es el resultado de pasar tanto tiempo sintiendo culpa por hacer esas cosas y sentirme bien por algo? ¿Es que me condené yo misma a sufrir en cada cosa que hago? ¿Me victimizo demasiado si lo pongo así? 

La vocecita en mi cabeza ya tiene nombre y apellido, pero no me gusta responsabilizar a otros de algo que debiese estar bajo mi control. Me pierdo entre estas conversaciones. Creo que acabo más confundida hoy que antes al poner por escrito lo que pienso. Me falta ejercitar. 

Comentarios

Entradas populares