Un nuevo laberinto.

Hace más de tres años que no escribía nada en este lugar. Se siente extraño ahora. No sólo por el tiempo que ha pasado, sino por una tenue necesidad que ha ido avanzando en mi cabeza, un deseo de expulsar aquello que todavía forma parte de mis recuerdos y que lucha siempre por exhibirse. 

Y es que yo hoy concibo mi propia vida muy diferente de lo que solía ser. 

Muy contadas veces he vuelto a leer estas páginas virtuales, mis emociones expresadas con tanto detalle, mis pensamientos tan profundos pero superficiales a la vez. Creía que era una buena forma de canalizar mi pena, mi rabia, mi descontrol. Todavía pienso así. Son las 06:26 de un martes de vacaciones y busco una forma de poner freno a mi ansiedad mientras apenas despunta el sol. 

No he dormido bien. Llevo hábitos desagradables todavía: fumo mucho, duermo poco, no me alimento bien casi nunca. Me pellizco la cara continuamente, no puedo concentrarme más de quince minutos y pienso, repienso y sobrepienso a diario. 

A pesar de todo eso, estoy en donde quiero estar. Tras años alegando mi derecho a sentirme bien en un lugar donde me respetasen sin juzgar, después de vivir sintiéndome como una ermitaña en lo que solía llamar mi propia casa. He salido de aquel sitio, que ya no es mi hogar, que quizá nunca lo fue. No ha pasado una enormidad de tiempo luego de. La verdad es que creí que sería mucho más difícil, pero la retrospectiva hace eso: minimiza el dolor y las dificultades cuando en realidad, en algún momento, sólo quise descansar más allá de lo que la vida podía permitirme. 

Pero no todo se reduce a un lugar. No es posible medir la calidad de vida por el sitio donde te estableces. Aquí tampoco tengo mi casa realmente, sólo un lugar de paso mientras dure y lo permitan el trabajo y el dinero. Eso por un lado; por el otro, sí creo haber encontrado la tranquilidad que no tuve entonces. Esto a su vez me ha permitido reflexionar en lo que hoy he conseguido, puesto que el contexto nos determina de tal forma que antes sentí en carne viva la imposibilidad del avance, el abandono de mis sueños y todas las frustraciones y síntomas físicos, psicológicos y sociales que devinieron a raíz de algo tan común como estar en una familia disfuncional. 

Pese a los malos hábitos que ya mencioné, he dejado otros: hace más de dos años que no me autolesiono. Es poco si pienso que salí de aquella familia hace 5 años, pero es que ciertamente era un hábito, no una reacción en especial. Tan así veía la no resolución de problemas, que sentía en ello algo similar, el punto en que dejaba de sentir dolor y abría paso a la adrenalina y bienestar que me generaba lastimarme. No habría solución, pero sí alivio. 

Recuerdo bien la última vez que lo hice, porque fue terrible. Por primera vez necesité sutura y traspasé el límite al no sentir bienestar, sino una infinita tristeza por no comprenderme a mí misma. Me despersonalicé tanto que no lo vi, no entendí cómo pasó y sólo fui consciente una vez que estaba en la camilla del hospital. No pude parar de llorar porque la tristeza se transformó en miedo. Miedo de mí misma. Y fue entonces cuando decidí no permitírmelo otra vez. Porque la siguiente vez podría ser fatal. 

A pesar de lo que he conseguido, existe dentro de mí un vacío que emocionalmente me dificulta el diario vivir. Me genera malestar y no logro hallar la forma de resolverlo. La soledad me persigue y atormenta, aunque a veces siento que es mejor así. Esa dualidad me complica mucho y espero que escribiendo otra vez pueda ver las cosas desde otro punto. Quizás es la única forma que tengo para decir que sólo yo puedo ayudarme a mí misma, una vez más. 


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