Nos conocimos en uno de los lugares menos favoritos para mí: el metro. Recuerdo haber pensado que me ibas a encontrar bicho raro, que no ibas a hablarme mucho, que me iba a sentir incómoda y mil cosas más. Estaba sumamente nerviosa mientras te esperaba en el incómodo asiento del andén. Cuando llegaste, supe de inmediato que eras tú.

En un arranque de locura y necesidad de ser escuchada, te conté casi toda mi vida en pocas horas. Estabas abierto a escuchar, tus comentarios me parecían inteligentes, nada de lo que decías me atormentaba o incomodaba. Estuve muy cómoda durante toda esa jornada.

Aunque cuando estaba acostada en el sillón cama, solo quería seguir hablando contigo y quitarme el frío que me congelaba.

Cuando decidimos conocernos un poco más, me sorprendió tu labia. Más me sorprendió el hecho de que nada de lo que decías me causaba ganas de rebatir, cosa que siempre hago. Al revés, me hacía estar de acuerdo e incluso abrirme a posibilidades que mi cerebro no se había planteado antes. Estaba creciendo en cierto modo, me ayudabas a pensar de otra manera.

Agradecí cada detalle en nuestras conversaciones. Nunca había disfrutado tanto hablar por horas. Llevaba una rutina solitaria y siempre he sido de pocas palabras, pese a lo que se pueda pensar de mí. Llegaste a tiempo, antes de que decidiera callarme para siempre. Ni siquiera necesitabas sacarme las palabras con tirabuzón, porque se daba todo de manera natural. Agradable.

Un tiempo después compartíamos una noche llena de más conversaciones llenadoras y amenas, además de sentimientos que en mí eran contrapuestos: por una parte, no quería que te convirtieras en mi salvador, como siempre ocurría cuando dejaba salir mis sentimientos a flote y los comentaba con alguien. Por otra parte, deseaba conocerte más, saber todo de ti, entregarte todo lo que pudiese para que devolvieras frases completas, llenas, abarcando todo lo que yo podía seguir aprendiendo de ti.

No tengo dudas, yo me enamoro de las mentes primero.

No iba a ser la primera vez que compartiría la cama con un pseudodesconocido. Pero no era lo mismo de antes, no era un impulso irrefrenable, no era la otra yo sin control que solo quería conseguir terminar la noche satisfecha. No era eso. No buscaba eso. Era una conexión diferente. Eras diferente. Yo también era diferente.

Por primera vez sentí que estaba haciendo algo que para algunos podía ser arriesgado, pero para mí era lo correcto.

Comentarios

Entradas populares